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viernes, 12 de octubre de 2012

Reflexiones de un charnego

Secretario de comunicaciones
Rafael Jiménez
Esta reflexión no la he escrito yo, es de un amigo mío de la infancia, católico y apolítico, hombre de bien en general. Pero no se diferencia mucho de mi opinión Cordobés, de padres cordobeses y criado en Cataluña ahora vivo en Bullas donde algunos me llaman "forastero" en tono cariñoso y otros a lo john wayne. Pero este no es el tema que deseo tratar ahora, sino, haceros llegar lo que la inmensa mayoría del pueblo catalán siente.
     
      esta es la reflexión:

"Señor Wert:

Soy catalán, nacido en un pueblo cerca de Barcelona. Mi padre es andaluz. Mi madre, murciana. Nadie en mi casa me ha adoctrinado, ni en un sentido ni en otro. Tampoco en el colegio, aunque le parezca mentira. Tengo amigos íntimos castellano-parlantes y me gano la vida pensando y escribiendo en catalán. Me siento catalán porque es donde he nacido, donde he crecido y donde me he realizad

o como persona. Para más señas, mi esposa es francesa y mis dos hijas mezclan alegremente tres idiomas sin más problemas que algún malentendido de vez en cuando.



En mi casa tampoco adoctrinamos a nuestras hijas, tampoco en el colegio (por cierto, Señor Wert, una va a una escuela pública y, la otra, a una concertada) ni tienen problemas para hablar en castellano, pensar...en catalán o ver la televisión en francés. Es una suerte y una riqueza poder tener no una, sino dos y hasta tres culturas, y sobretodo sentirnos propietarios de la capacidad de alternarlas, combinarlas y disfrutarlas. Lo que pasa, Sr. Wert, es cada vez que alguien como usted abre la boca, suben las acciones de la intolerancia. Lo que usted y los que son como usted dicen se mueve en la fina línea que separa a lo absurdo de lo fascista. 



O sea, Sr. Wert, que aunque me da por reír  al final lo que consigue es darme miedo. Consigue que cada vez que cruzo la frontera de Catalunya haya más miradas extrañas. Consigue que gente que nunca ha pisado esta tierra la odie ateniéndose a sus argumentos, y no a las pruebas. Consigue que hasta yo, apolítico, charnego y felizmente tri-cultural, tenga infinitas ganas de perderle a usted y a todos los que piensan como usted de vista. 



Por cierto, Sr. Wert, se lo digo sin acritud. Está invitado a pasar unos días en casa. Incluso estoy dispuesto a volver a sintonizar Intereconomía, si ello le hace sentirse más confortable. Verá en pocos días que sustenta ideas, cuanto menos, poco afortunadas. Y de paso, en confianza, le preguntaré cómo alguien como usted puede llegar a ser ministro. Se me antoja que detrás de esta pregunta hay una historia fascinante."

lunes, 1 de octubre de 2012

LA PESTE

 José María Ortega González



 En la novela del Albert Camus “la peste” se narra, desde el punto de vista de un médico, el impacto sobre una ciudad cosmopolita de una epidemia de peste. La situación que sucede una vez detectada la plaga, nos muestra la evolución de unos personajes que se ven obligados a desenvolverse en un entorno en el que conviven con la muerte y la desaparición de gran parte de sus seres queridos. La ciudad, que bien recuerda a una metrópolis norteafricana con vistas al mar, como Argel, pero que pudiera ser también Ceuta. Melilla, Cehegín o Bullas, queda aislada del exterior, protegida por guardias que tratan de evitar todo contacto entre el mundo sano y el mundo enfermo. Se prohíben las cartas y se cierran los trenes. Sólo los  telegramas sirven para establecer unos tímidos contactos entre quienes quedaron fuera de la ciudad infectada y  sus amigos y familiares, encarcelados durante años en una ciudad enferma y triste, antes presuntuosa y lleva de vida.

Como los habitantes de la ciudad de la novela, nos creíamos a salvo de cualquier totalitarismo, creíamos que gozábamos de una democracia firme y acabada que, como un cirio milagroso, alejaba cualquier tentación funesta, cualquier idea fascista o ideología destinada a esclavizarnos.

¡Qué  equivocados estábamos! El hecho de que la ciudad de la novela hubiera olvidado la peste de hace siglos no evitó que las ratas volvieran a propagar la enfermedad. He pensado en ésta historia cuando, al abrir mi buzón, he leído un supuesto nuevo periódico, un papel lleno de propaganda del partido que gobierna Bullas. Esta publicación, diseñada para engrandecer la figura de un gestor ególatra ocupa el lugar de la prensa plural, cada día más herida, cada día más en retirada. La única visión que éste poder quiere que tenga el habitante de la ciudad es una visión interesada, la de alguien que se idolatra a sí mismo. El fracaso se vuelve éxito rotundo, la miseria y el paro se barnizan de progreso, el oportunismo de los profesionales políticos se viste de gestas ejemplares.

Ya tenemos censura en Bullas, ya tenemos periódico donde el líder aparece retratado siempre del mismo lado, del favorable. Ya se cierra las ventanas por las que el aire fresco podía entrar en la ciudad, como un foro municipal de Internet en el que todo el mundo podía escribir la opinión que le diera la gana. La pluralidad retrocede, sólo avanza aquello que sirve al interés personal del que manda. Mandar es ser el dueño, ahora queda hacer que las conciencias obedezcan, paso a paso.

Así que, vecino de Bullas, cuando veas una rata, recuerda que éstas tienen pulgas que, a su vez, contienen el vacilo de la peste. Recuerda también que hay ratas que hábilmente se disfrazan de periódico, para propagar lo que unos llaman el amor al líder, pero que no es otra cosa, según saben los médicos del alma, que una infección de peste que ataca de nuevo a nuestra democracia, o lo que queda de ella.